viernes, 20 de agosto de 2010

Hay noches, en las que me levanto exaltada por alguna idea que circula por la habitación; las paredes hablan solas y los libros cobran vida, un sinfín de palabras dialogan entre sí moviéndose de un lado a otro y yo, comienzo por perseguirlas.

miércoles, 18 de agosto de 2010

El otoño suspira con ojos de muerte, abre la ventana, paredes verde oscuridad, el viento sopla, el ropero anida muros de madera guardapolvo; eco persistente. La lluvia traspasa la habitación.

Mi cuerpo se balancea. Respiro, el aire se introduce. Los hilos se amoldan a mis piernas, las muevo, un hormigueo se filtra en la piel.

Pies arácnidos tocan el techo con la punta de sus dedos, juegan a dar la vida a lo que no tiene luz, lo que se fue, lo que no existió. Las puertas de la ventana rechinan. La luz crea el camino de la eternidad. Tras unos pasos, llega al balcón, paraguas desfilan debajo, lunas caminantes. Sube al barandal.

Sobre el aliento, estiro los brazos, gotas caen sobre la palma de mi mano. El vértigo me crea ansiedad, alas de viento suben y bajan, por un momento las plumas de la espalda creyeron hacerme despegar.

Se condena sin fruto, ramas marchitas cubren parte del cielo, el cuervo busca la sombra en las hojas que se posan. Por momentos el viento logra que el ciruelo se ondule para ver la ola gris del infierno. Cesa la lluvia.

Suspiro, mi cuerpo busca la caída.

El cielo ya no se esconde tras olas de oscuridad, el agua estancada crea cascadas que se originan desde el techo, toma su lazo, lo deja descender, deja entre sus manos uno de los extremos y lo amarra. Baja, siente como el frío de la calle le abraza.

Lagrimas se confunden con el rocío del tiempo.


La corteza le raspa el cuerpo, el olor a putrefacto contrasta con el de la humedad que se desprende del ciruelo, el viento se esconde tras sus ropas. Baja, baja. Los ladrillos llenos de musgo le manchan la ropa, el sudor en las manos la quieren dejar. Está a metros de distancia. Baja. Sus pies descalzos tocan la acera mojada. Teme ver a su alrededor.

Todo es diferente, cierro los ojos, no quiero ver la inmensidad de este mundo.


Un fuerte escalofrío le recorre el cuerpo. Sus pies tocan el agua, leve cosquilleo entre sus dedos. Regresa a tierra.

El corazón late rápidamente. Levanto la cara, abro los ojos.


Los edificios se elevan como monstruos, las puertas en fila parecen las bocas del animal hambriento, ventanas parpadean, camiones por la avenida, tosen; niños corren sobre los charcos de agua negra, ríen.

Mi cuerpo es bruma que no se despeja.

La tarde se oculta tras los muros de la ciudad, escapa de las garras de la luna, luces encienden su fuego oculto, camino de ningún lugar, montones de siluetas se asoman, el pavimento brilla con el rocío que aún persiste.

Quiero ser la noche que cubra los cuerpos de la tierra.

La calle comienza a despejarse, las hojas rozándose se atreven a romper con el misterio de la noche.

Silencio. Observo. Punzada en el estómago que va directo al corazón. El viento se amolda a mi cuerpo.

Camina, camina.

Yo soy el movimiento.

Camina, camina. Silueta a lo lejos. Un hombre permanece de pie. Camina, camina. Parada la oscuridad del que ve la pared. Las grietas del tiempo se desmoronan. Sus ojos hablan de aburrimiento y frunce el ceño.

Las piernas tiemblan a lo desconocido.

El ladrido de un perro oculta el maullido de algún vecino en desvelo. Camina.
Sombras sentadas. Aquel mueve el brazo. Las sombras se levantan. Gira la cabeza.

Nos vemos fijamente, su rostro blanco y los guantes ahora son visibles entre tanta oscuridad.

Le pide que se acerque.

Dudo del hombre de los entes.

Lanza algo y jala inmediatamente.

No hay objeto.

Su cuerpo no le responde, las piernas dan paso hacia aquél. Ella se desconcierta.

No puedo detenerme, listones de terciopelo acarician mi cuerpo.

Él sonríe, “observa atentamente, el espectáculo comenzará” dice con la mano. La suelta.

Al observar aquellos ojos siento que algo dentro tiembla la atracción hacia un ser que es parte de mí.


El mimo enreda entre sus dedos hilos invisibles, los mueve, las figuras siguen el ritmo, es el mimo-titiritero de sombras, cada cual con un papel especial que cambia con cada segundo que pasa, el mimo titiritero baila alegremente.

Quiero seguirle el paso, aquellas manos enlazan historias con un solo movimiento.

Detiene las figuras. Gira la cabeza y observa a la niña fantasma. Le da los listones y los enreda a sus manos, ella jala, las sombras caen, se sonroja por la torpeza, mueve sus manos suavemente, ellas le guían y cada hombre comienza a caminar sobre la pared, hermanos de la noche… las luces descienden, los entes van desapareciendo, de la cara del mimo una lágrima negra aparece en su rostro, le regresa los listones y enrollándolos unas mariposas comienzan a volar…cierra los ojos, los aleteos hacen una briza donde el cuerpo deja de permanecer en Tierra…

No puedo despertar entre la oscuridad.

Ella corre, quiere alcanzar aquellas notas que suspiran, su alma canta, pronto llegará. La palidez la hace temer.

Quiero huir del caos, de este miedo que atraviesa cada músculo de mi cuerpo fantasma.

Abre los ojos, el mimo desapareció, el sol traspasa los edificios de la ciudad y un chico observa con flauta en mano.

Ésta es mi alma desde la gloria celestial.

El cielo comienza a desprender la luz como si una linterna fuera pasando por la oscuridad, un pincel con gotas color naranja crean la alfombra que se traga al espectro de la noche.

Despierto, el frío me arropa la piel.

Un chico observa el reloj de su muñeca mientras que en la otra carga una flauta.

Cae la primera nota.

Nubes se transforman en aves de cristal.

Salen de mis labios transformados en gritos de silencio.

Ella sacude la cabeza, no puede dejar de seguirlo, la flauta tiene rostro, la levedad con la que toca sacude sus raíces. Estruendo en el cielo.

Me transformo en lo que soy y en lo que dejo de ser.


Los árboles en el adoquín no dejan de bailar, la quieren, ella deja el suelo y ve más allá de la altura de cada edificio.

Amo mi cuerpo colgado ante el precipicio.

Las ramas juegan a la montaña rusa del flautista.

La inmensidad en que las olas se forman compenetra en un ente a lo desconocido.


Regresa a tierra, no duda, corre calle abajo…

En el aire… la nota final.


Ruido de voces, un café se asoma tras la ventana, el sol asciende por los cuerpos, un brillo interactúa como ser desconocido se comunica, vestimentas multicolores, rayas verticales se inclinan al horizonte.

Izquierda, derecha, izquierda del uno al dos y del dos al tres. Círculo hablante del movimiento.

Los edificios se diluyen, aún tiene el sonido de la flauta en sus oídos, sigue el ritmo al correr, el cuerpo no se cansa, corre, corre… escucha, no se puede detener.

Me he sacudido las alas.

La niña vacila entre las calles, camina con el alma descalza, sus labios se han llenado de sed, el silencio la trastorna, habla sola, camina en gris, no hay viento que le arrebate las ropas, camina sin sol ni luna, camina sola… la niña abraza las sombras.

Se han sacudido de olvido.


Las calles no tienen forma, se transforman en la memoria, la imaginación juega en este no lugar, máscaras que son verdad.

Muñecos de cartón caminan como hombres de lo racional, rojo, clac son, paso. Compendio de historias desfilan por la avenida principal, rojo, clac son, paso, ruido callejero, quiero desafiar la gravedad.


Todo se transforma…las olas golpean, caos indescriptible, las nubes se aparean con el sol y la luna, su cuerpo cae de bruces sobre la arena, el mar le acaricia el cuerpo, la jala con fuerza, cada tela que le protege se desprende de ella, su piel se vuelve parte del arrecife citadino, se introduce, ella es ahora la arena, la ciudad, ella lo es todo.

Todo se transforma… siento calor… el aire ha dejado de susurrar personajes indescriptibles, me han dejado de hablar.


Despierta.

Despierto.


La niña, no es más una niña.

Puerta que se abre a la realidad.


La habitación da el suspiro mortal…

martes, 3 de agosto de 2010

Gota de tinta, cada una borrada al posicionar la pluma; forma perfecta de perder ideas de la faz mental.
La tormenta se lanza contra la habitación.
Desconozco la dimensión que busca atraerme hacia el agujero negro. La palabra salpica de mis dedos; se pierde.
Lentes deforman lo externo a mi ventana.
Observo espacios en blanco capases de albergar ideas. Microcosmos que escurren la oscuridad, espero.
Me recargo, cuenta gotas sobre la frente.
El estomago pide atención. Bebo café y prendo un cigarro. La ceniza cae, crea montaña imperfecta, escribo.
Una, dos… termino… una, dos… gotas.
Muevo los ojos, me contagio de aquella galaxia a mis pies, tomo la hoja, tinta, al suelo.
Centenares de arboles se columpian.
Llama la siguiente hoja, no hay tinta, el cigarro se encarga del siguiente agujero, el humo se desprende, gris.
No existe la lluvia tras del papel.