El frío se estacionó por
unos días en esta gran ciudad, la oscuridad acecha; me encierro en una cúpula
lunar intentando gravitar a la luz, el fin de la cueva que se ha vuelto una
gama de pensamiento en la que me encuentro inmersa.
Las máscaras juegan al
poder, cantos de dolor se enfrentan en las tormentas desdeñosas de tu alma: es
la tristeza de vuestros pensamientos, el sufrimiento que cuenta con el atuendo
de la superioridad ocultando la debilidad. Representan la máscara del cinismo,
títeres de su propio poder. El tablero tiene sus piezas puestas para el juego
de la guerra, las piezas se mueven de un lado a otro al ritmo del interés
¿quién puede reconocer, verdaderamente, el simbolismo de cada una de esas
piezas? La historia juega con los nudos de la existencia y el hombre común.
En ciertos momentos, mi
querido individuo, la tristeza se entromete en los pensamientos, duele la
destrucción en el que te ves envuelto. El dolor, de esa parte animal que sabes
que no se puede ocultar y que se justifica con la supervivencia, una
supervivencia que no lleva más que a la muerte misma del ser físico y emocional.
Fantasmas deambulaban, no
dejan de hablar, siempre contando historias extrañas que no contienen
coherencia alguna; por momentos, con un
poco de suerte y estando un poco cuerda pueden surgir algo de aquellas
historias, una combinación de lo mío con lo de ellos, porque yo soy de ellos y
ellos son de mi. Seres de sombras con emociones que se contraponen una y otra
vez, amantes de la sensibilidad que crea y del egoísmo que demuestra la
imperfección.
Festival de máscaras,
silencio que se desnuda con el hambre, comienza aquí, en esta ciudad gris.