No
pude evitar sentir el ardor al escuchar la noticia, tanta sangre
derramada en un instante me ponía la piel de gallina y sentía las
balas perforando mi cuerpo. Quería escribir sobre ello, quería
describir la emoción que me embargaba por completo, quería tanto el
uso de las palabras para pelear pero, aquel ardor nos rompe, nos hace
perder la razón.
Silencie
mis dedos y cerre los ojos por unos instantes, debía calmarme y
comprender la situación desde una perspectiva alterna y ajena al
corazón pero ¿cómo se justifica la muerte impartida por alguien?
Podría, quizá, comprender todos los factores que ocasionarón el
llegar a ello, el peso de la historia; podría ingresar miles de
posibilidades y escenarios para entender, no justificar, una desición
tan desgarradora y ahí, en pleno climax de espacios no evitados,
resbalaría de nuevo en una explosión de emociones y entrañas
destruidas por el tiempo del ayer y del ahora.
Suena
tan fácil hablar de acciones y reacciones pero no del futuro
especifico, ¿cómo determinar el mañana de seres tan cambiantes?
Ahí entrarán con sus métodos cuantificables, entonces ¿somos
números de reacción? ¿somos una cifra clasificada? Sin embargo,
ser consientes de ello podría determinar el volvernos un número que
cambia de categoría y por ende generar una cadena de reacciones no
esperadas, aunque, pareciera que nuestro entorno no existen tales
cosas o ¿si?
La
sangre seguía ahí, creada por mi mente, imaginada, con movimiento y
olor asfixiante de putrefacción del quién, sin nombre, le
pertenecía, con su futuro inexistente mientras yo intentaba
reflexionar sobre la razón de su presente.