martes, 6 de diciembre de 2011

Cuando la noche aparece en nuestros cuerpos, el humo de los cigarros asciende por la ciudad; bajo la luz de los candelabros y la luna, los hombres conversan. Es la terraza de los olvidados, la terraza de aquellos que dejan la palabra hablada, convirtiendo en sinfonías al papel en blanco.

Se diluyen en la oscuridad de sus ojos en las noches de insomnio; dedos que suben y bajan. Ideas que despegan del lápiz, observan el cielo, se permiten un silencio largo, respiran, exhalan; escapa la angustia… se pierden.

Al estar sentado, observándoles, descubrí a un hombre que veía hacia la calle, en su mesa sólo se vislumbraban bolas de papel llenas de tinta. Temí acercarme, aquellos hombres nunca hablan, le tienen miedo a que las palabras sean ahuyentadas en una conversación. Tenía curiosidad, tome asiento frente a él y no se inmuto al sentir mi presencia, tome las hojas y las abrí, solo manchas de tinta.

-¿Y las palabras?-

- Se esfumaron una tarde- tomo un cigarro y al prenderlo, continuo- me dejaron en pleno romance con una de ellas que se había jactado de ser copiada una y otra vez en el papel

-Debe ser terrible

-No, no lo es, hoy, todo es tan distinto en su ausencia-

Nos vimos directamente a los ojos, su cuerpo, se volvió la ceniza de su memoria; las tome y escribí su epitafio:

En la terraza de los olvidados, descubrió la ausencia.

Sus palabras descenderán con la noche.

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